La imaginación al poder... en el aula
C. Castoriadis (Castoriadis, Hecho y por hacer. Pensar la imaginación. Encrucijdas del
laberinto V, 1998)
da una excelente definición de lo que entenderemos por reflexión[1].
Verdad entonces no como ‘revelada’, sino más bien como producto de una
imaginación radical, una novedosa visión respecto del quehacer sobre el
conocimiento en la escuela. El espacio de reflexión es paralelo, cuando no
superpuesto al espacio de la creación, un verdadero esfuerzo por la novedad en
donde la excepción jugará entonces el papel más protagónico, jamás supuesto en
el espacio normalizador del aula. ¿Qué sería entonces trabajar en los entornos
de la verdad[2]? Reflexión y actitud crítica,
imaginación radical, son garantes del escape de la clausura, de la que también
nosotros debemos prevenirnos. Clausura de la institución, de los profesionales,
del espacio del aula, de la historia que ¿nos humanizó? Qué rol juega la
imaginación, si no es entonces el de la potencia creadora en la que se ancla el
sentido. Siguiendo a Savransky (Ibíd.)
y alejados de la función testimonial del sensorio, el sentido no nace
únicamente en la intercorporalidad, sino, y a la vez, nace “de la copresencia de los cuerpos en una misma situación
[para nosotros la del
espacio del aula] y las situaciones son siempre [y por definición] múltiples”.
[1]
Dice que “es definible como el esfuerzo por quebrar la
clausura en la que necesariamente estamos siempre capturados como sujetos,
venga de nuestra historia personal o de la institución histórico social que nos
formó, vale decir, que nos humanizó. En ese esfuerzo la imaginación juega un rol
central ya que el cuestionamiento de las ‘verdades establecidas’ no es ni puede
ser nunca un cuestionamiento en el vacío, sino siempre hermanado con la
posición de nuevas formas y figuras de lo pensable creadas por la imaginación
radical sujetas al control de la reflexión, todo ello bajo la égida de un nuevo
‘objeto’ de investidura psíquica, objeto no-objeto, objeto invisible: la verdad”.
[2]
que según
Castoriadis, debe ser entendida “no como
adecuación del pensamiento y la cosa, sino como el movimiento mismo que tiende
a abrirle brechas a esa clausura en la que el pensamiento siempre tiende a
encerrarse de nuevo. Por cierto, una vez más, y a menos que se quede en una
interrogación vacía, todo pensamiento logrado establece a su vez una nueva
clausura, lo que vuelve imprescindible una actitud crítica con respecto a los
pensadores de antaño. La verdad del pensamiento es ese movimiento mismo, en
y por el cual lo ya creado se encuentra
situado e iluminado de otro modo por una nueva creación de la que necesita para
no hundirse en el silencio de lo simplemente ideal”.